La meta.

Esta parte de la narración quería fuera parte de la misma publicación donde escribí acerca del último kilómetro y de la meta. Sin embargo, fue un momento tan cargado de emociones que no podría hacer una publicación corta y que se pueda leer en unos minutos.  Por eso mi publicación anterior termina donde crucé la meta.

Unos metros más adelante de la meta, hay vallas para organizar a los corredores en filas para que los voluntarios entreguen la medallla y una manta de mylar (ese material plástico color metálico) para que no pierdan calor.  No olvidemos que, aunque era un típico día de Abril, empezamos a correr con apenas 7 C (y había bastante viento) y al terminar la temperatura no pasaba de 11 C. Si a eso le sumas la pérdida calórica por el esfuerzo de varias horas, la deshidratación y la transpiración, tienes un cuadro idóneo para que uno que otro corredor desarrolle hipotermia.

Después de recibir la manta y la medalla, había una estación donde entregaban agua bebidas con electrolitos.  También veías personal médico para apoyar a los corredores que cruzaban la meta con alguna lesión y ya no podían avanzar o a aquellos que se desmayaban pasando la meta.  Sí, así como conté como había corredores en el Maratón Independencia que se derrumbaban al cruzar la meta, lo mismo ocurre en cualquier otro maratón.

Pasando el punto donde entregaban la medalla, había varios fotógrafos oficiales capturando las imágenes de los corredores.  La gran mayoría, pese al cansancio, tienen una sonrisa enorme por haber completado la carrera.  Los menos (supongo los más competitivos) tienen esa cara de estupor al ver que no lograron romper un récord personal.  

La foto oficial en la meta

Recogí mi medalla, una botella de agua y empecé a caminar al lugar donde estaban los camiones con los artículos personales de los corredores (sí, esa bolsa que entregué antes de empezar la carrera).  

Mientras caminaba, ví varias mamparas con el logotipo del Maratón y de los patrocinadores para que los corredores se tomen ahí la foto del recuerdo. También había muchos letreros señalando el camino para los stands de Abbott World Majors, donde entregaban las medalla de las seis estrellas a los corredores que, con ese maratón, completaban el sexto de los seis majors (Berlín, Boston, Chicago, Londres, Nueva York y Tokio). Sí: hay una medalla para premiar a los corredores que logran terminar los seis majors (no vale repetir uno más de una vez, hay que terminar cada uno de los seis, al menos una vez).

Para quienes conocen Londres, la meta está sobre The Mall (la avenida que une al Palacio de Buckingham con la Plaza de Trafalgar).  Uno llega corriendo desde Buckingham y la infraestructura detrás de la meta está montada para que los corredores continúen el flujo hacia Trafalgar. Después del punto donde los corredores que completan los majors se separan para ir por su medalla, estaban, finalmente, las filas de camiones donde estaban guardados los artículos personales.

Ya con mis cosas en la mano, era hora del brindis celebratorio.  

Un gran amigo ha tenido mala fortuna porque, pese a ser un corredor de muchos años, jamás ha podido correr un maratón: siempre ha habido una lesión que le trunca su entrenamiento.  Sin embargo, habíamos hecho un par de apuestas en la Formula 1 unos meses antes con resultados divididos.  Yo tuve que pagar la caja de cervezas, pero él tuvo que pagarme una botella de mezcal.  Así que, por él, traía una anforita con un poco del mezcal que me regaló. Y ahí, sobre The Mall, hice un brindis por él. 

Ya con mis cosas y con el video del brindis enviado, empecé a mandar mensajes a mi familia para vernos, como acordamos, en la Plaza de Trafalgar y ver si alcanzábamos a llegar a la mini recepción que había organizado Ambitious about Autism para los corredores que recaudamos fondos para su organización.  


En esas recepciones los corredores generalmente tienen acceso a una regadera y a comida.  Sin embargo, yo crucé la meta casi a las 5:30 PM y la recepción terminaría 6:30 PM.  A esas alturas no me importaba la regadera, yo solo quería comer algo.  Luego de un par de fotos para las redes sociales de la organización, fui al comedor donde solo quedaba pasta "bolognesa".  No necesitaba más.  Me sirvieron un plato muy generoso y disfruté el que, posiblemente, ha sido el plato de pasta más delicioso que he probado en mi vida.  Sí. Con hambre hasta las piedras saben buenas.  Y tenía mucha hambre.  Pero también la adrenalina estaba a tope por haber, literalmente, llegado a la meta.


Apenas hubo tiempo para comer antes de salir al metro para regresar a casa.  Y es que, aunque la "comitiva" era pequeña (mi esposa, mi mamá, mis hijos y un buen amigo que viajó desde el norte de Inglaterra solo para echar porras), eran ya las 6:30 de la tarde y los niños clarmamente estaban cansados.  Además, al día siguiente tenían que ir al colegio (yo había pedido el día de vacaciones, para poder recuperarme e ir a una sesión de masaje deportivo que me ayudara en la recuperación).

El camino a casa tuvo momentos interesantes. Al subir al metro, cada 10 o 15 pasos te encontrabaas con un corredor con su medalla.  Nos sonreíamos como una forma silenciosa de felicitarnos mutuamente, pero nada más.  Al alejarnos del centro y, sobretodo al tomar el tren a casa, éramos unos cuántos.  Sin embargo, fue ahí donde las felicitaciones se dejaron venir como avalancha. 

Pero eso es parte de otra reflexión que dejo para mi siguiente publicación.

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