El silencio del trote.
Cuando empecé a entrenar de forma más disciplinada para aquella media maratón, me era difícil concentrarme en el trote. No era falta de fuerza, sino un bloqueo mental por no poderle dar a mi mente el espacio para concentrarse.
Es difícil explicarlo pero, al correr, quiero que mi mente tenga su espacio propio y viaje. Casi como querer soñar despierto o poder darme el espacio para pensar en tantas cosas a las que no les doy tiempo en la vida diaria. Para mí, eso requiere un poco de silencio (o que me bloquee de ruidos externos por unos momentos).
Sin embargo, el ruido de las pisadas al trotar interrumpía ese silencio con explosiones a intervalos regulares. Era un escándalo con monotonía, donde un sonido leve podía, gracias a sus a intervalos regulares, crear ese ruido en mi mente que impidiera concentrarme en correr.
Quizá eso le haya pasado a otros al hacer ejercicio. Y por eso, para poderme encerrar en mi espacio mental, decidí correr escuchando música. Eso ayudó. Pero, cuando entrenaba para el medio maratón, descubrí que repetir, una y otra vez, la misma lista de canciones solo creaba monotonía. Para colmo, gran parte del entrenamiento fue en invierno y la pilas del teléfono o los audífonos no duran lo mismo en el frío.
Fue así que, quedándome sin pila por ahí del kilómetro 7 de un fondo de 15 kilómetros, empecé a perder el miedo al escándalo del trote. Me dí cuenta que el sonido del trote es un ritmo como el latido del corazón. Constante. Rítmico. Presente como fondo musical, no como primera voz. Ya no era un ruido que me desconcentraba, sino un ritmo que permitía mi mente se aislara del ruido externo y encontrara su espacio.
Sí. El trote ya no es un ruido que me desconcentre, sino el silencio que permite a mi mente encontrar su espacio mientras corro.
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